miércoles, 27 de noviembre de 2013

La muñeca de porcelana.

Está amaneciendo, algunos hilos de luz comienzan a filtrarse por la persiana del dormitorio. El pasto que rodea la casa está cubierto por manchones blancos de escarcha. Poco a poco el sol comienza a derretirla y las gotas de rocío generan brillos multicolores. El viento sopla fresco y busca colarse por las hendijas de puertas y ventanas generando un silbido apagado, casi un suspiro que solo da más ganas de quedarse en la cama.
Como todas las mañanas, Horacio se despierta abrazando el lado vacío de la cama, esperando encontrar a Leticia pero ella ya no está. Falleció dando a luz a Clarita y aunque pasaron siete años cada noche lo visita en sueños.
Con ambas manos despeja el sueño que resiste en su rostro y luego se levanta. Un poco de agua bien fría termina de despertarlo. Pone a calentar el jarro de leche y va a despertar a Clara. Ella duerme con Mimí la muñeca de porcelana que le dejó su madre, juega con ella, la arropa y la cuida como si fuese su hermanita.
El mate cocido con leche los ayuda a entrar en calor hasta que renace la discusión de todas las mañanas.

- Papá ¿puedo llevar a Mimí a la escuela?
- No Clarita, la muñeca se queda acá. Comete la tostada, dale...
- Pero se queda sol..
- ¡Pero nada! Se queda acá y punto.

Horacio está cansado de explicarle que esa muñeca es una de las pocas cosas que le quedan de su madre y llevándola a la escuela se le puede perder o romper. Hay días en que Clarita lo entiende y días en que no quiere separarse de ella por nada del mundo.
Clarita arropa un poco a Mimí, mientras le conversa y le dice que no la extrañe que solo va a la escuela y a la vuelta jugará con ella. Se despide y parte junto a Horacio hacia la escuela.

Mimí queda sentadita mirando hacia la puerta, como esperando que regresen. A pesar del cuidado y los mimos de Clarita, con los años sus rasgos fueron perdiendo color, sus cachetes ya no son tan colorados ni sus ojos tan expresivos, como si todas esas pequeñas discusiones la hubiesen dotado de una especie de frialdad.

Por fin llegó el sábado, Horacio repite su rutina de todas las mañanas pero aprovechando que no va a la escuela deja que Clarita duerma hasta tarde.
Se prepara, la contempla unos segundos desde la puerta y sale rumbo al trabajo.
Mas tarde Clarita despierta y pasa el resto de la mañana jugando y charlando con Mimí.
Cerca del mediodía llega su tía Elba y le prepara la comida.

Elba es soltera y quiere a Clarita como si fuera su hija. Aunque Horacio la invitó muchas veces a vivir con ellos prefiere vivir sola en la casa de al lado por temor a ocupar el lugar de su hermana. Fue ella quien guardó la muñeca hasta que Clarita tuvo edad de jugar con ella y cuidarla. Para Elba, Mimí es mucho más que una muñeca o un lindo recuerdo de su hermana, en cierto modo siente que aporta el equilibrio que le hubiese dado Leticia a su familia, es como una especie de símbolo de la relación entre Horacio y Clarita.

El invierno es bastante crudo y el frío arrecia así que después de comer el puchero deciden dormir una siesta calentitas. Elba se recuesta con Clarita y la convence de dejar a Mimí sentada en una silla para no aplastarla o que no se caiga de la cama mientras duermen. Clarita la envuelve en repasadores para que no pase frío, la recuesta sobre una silla próxima a la cama y vuelve a acostarse. Juntas disfrutan del cuento de la tía Elba hasta quedarse dormidas.

Horacio regresa exhausto del trabajo y al encontrar todo en silencio se asoma en la habitación y ve a Clarita y Elba durmiendo acurrucadas muy plácidamente. En silencio, se sienta a contemplarlas un rato, pensando en cómo sería su vida estando Leticia. Al sentarse aplasta a Mimí y la hace pedazos. El ruido despertó a Elba que se levantó de un salto agarrándose la cabeza. Clarita sigue durmiendo. Horacio no entiende nada hasta que descubre que dentro de los trapos descansaba la muñeca. Envuelve los pedazos en los mismos trapos y se los lleva de la habitación. Elba lo sigue susurrándole:

- Horacio, Horacio... ¿qué vas a hacer?
- ¿Tirarla que querés que haga?
- ¿Vos sos loco? ¿Y qué le vas a decir a Clarita?
- No sé, que se fue con su madre, ya veremos..
- ¿Pero cómo se te ocurre?
- Va a ser mejor que verla así. Está hecha pedazos.
- No importa, podemos explicarle y arreglarla...
- Si, ¡y me va a odiar a mí por haberla roto! ¿y qué le digo?
- La verdad, que no la viste, que fue un accidente...
- Elba no jodas, la voy a tener que aguantar yo y no tengo ganas.
- Pero cómo vas a decir eso... si estuviera Leticia..
- Si estuviera Leticia no tendríamos que convivir con esa muñeca de porquería como si fuese parte de la familia. Pero no está y el único que sigue solo soy yo.
- No digas pavadas querés...

La conversación fue elevando su tono hasta que despertó a Clarita que lo primero que hizo al levantarse fue buscar a la muñeca.

 - ¡Tía, tía! ¿y Mimí?
 - Shh... No hagas ruido que sigue durmiendo....
 - Pero si ustedes...
 - Shh... callate, que la vas a despertar...
 - Y bueno, la despertamos, así la cambio y...
 - Basta Clarita, Mimí va a seguir durmiendo y ahora la tía se la lleva a la casa con ella así descansa.
 - Pero papá...
 - ¡Pero nada, hacele caso a tu tía! Me tenés podrido con la muñeca esa...

Clarita se marcha llorando a la cama. Elba le quita los trapos con los restos de Mimí a Horacio y se va a su casa. El se sirve un vaso de vino, se sienta en la mesa de la cocina y agarrándose la cabeza contempla una foto de Leticia que está sobre el aparador.

Ya en su casa, Elba abre los repasadores. Mimí está destruida. Intenta juntar los pedazos y logra rearmar una parte pero enseguida se desarma de vuelta. Después de un par de horas de agrupar pedazos y hacerlos coincidir entra Clarita preocupada. Elba trata de tapar los restos de la muñeca y se le vuelve a desarmar todo.

 - ¿Cómo está tía?
 - ¿De qué hablás Clarita?
 - Mimí, papá me dijo que tuvo un accidente y vos la estás curando...
 - Si mi amor pero va a ser difícil. ¿Querés ayudarme?
 - Claro, ¿pero la vamos a salvar?
 - Yo creo que sí, pero tenemos que tener mucha paciencia y cariño...

Al ver el estado de la muñeca Clarita rompe en llanto nuevamente pero Elba la abraza y le susurra cosas lindas al oído hasta calmarla. Luego le pide que la ayude a preparar un engrudo y juntas tratan de ir pegando los pedazos de la muñeca pero es inútil, el engrudo no llega a secarse y Mimí se desarma intento tras intento.
Cada vez que fracasan Clarita vuelva a lagrimear.

Mas tarde llegó Horacio. Al ver que la muñeca seguía como al principio las miró un momento, metió sus manos en los bolsillos de su abrigo y los hurgueteó como buscando una respuesta hasta que finalmente les dijo que descansen un poco y lo dejen a él porque evidentemente ellas no podrían volver a armarla.
Después de la cena, se armó de paciencia y decidió aprovechar la soledad de la noche para reconstruir la muñeca. Al cabo de varias horas Mimí estaba prácticamente terminada. No estaba perfecta pero su rostro había vuelto a cobrar forma y como no le sobró ningún pedazo se dió por satisfecho, la cubrió con una mano de engrudo para darle fuerza y se fue a acostar esperando que por la mañana la muñeca se encontrara seca y lista para que Clarita vuelva a jugar con ella.

Los primeros rayos de sol lo despertaron. Durmió tan poco que no llegó a sumergirse en el viejo recuerdo de Leticia. Se levantó, enjuagó su cara y antes de despertar a Clarita con la buena noticia fue directamente a la cocina para ver cómo estaba la muñeca.
Apenas dirigió su mirada hacia la mesa quedó paralizado. Aparentemente el engrudo no surtió efecto y el rostro de Mimí se había desmoronado por completo, estaba tan desfigurada como al principio. Horacio no supo qué hacer, no valía la pena volver a intentarlo. El enojo y la frustración luchaban en su cabeza para ver quién era más fuerte. Decidió serenarse y mientras tomaba unos mates se le ocurrió consultar al ferretero del
barrio. El tendría que tener algún pegamento más efectivo que el engrudo de Elba. Envolvió la muñeca en los trapos, se abrigó y partió hacia la ferretería.

Al verlo entrar el viejo ferretero que se encontraba ordenando tuercas y tornillos advirtió la preocupación en su cara, sin mirar tomó una tuerca de un frasco y un tornillo del otro, los dejó sobre el mostrador e hizo a un lado los frascos. Sonrió amablemente y le preguntó a Horacio en qué podía servirle. Este apoyó los trapos sobre el mostrador y le mostró la muñeca. Le contó como se rompió, lo importante que era para Clarita y que habían probado tres veces con engrudo, que finalmente el logró armarla solo y hasta le dió una mano de refuerzo pero que al despertarse a la mañana la muñeca se había vuelto a romper.
El ferretero se colocó los anteojos y la examinó con paciencia, se mojó el dedo índice con la lengua, lo pasó sobre el rostro de Mimí y volvió a metérselo en la boca, dirigió su mirada hacia arriba y luego entornó los ojos como para saborearlo mejor. Meditó unos segundos y le dijo:

- Mmm... El engrudo está bien. Seguramente está fallando el proceso.
- ¿El proceso? ¿De qué proceso me habla? ¡Ya la armamos tres veces! Por favor ayúdeme, como le dije, esta muñeca es todo lo que le queda a mi hija de su madre. Ella y mi cuñada jugaron con ella de chicas… Es irremplazable...

El ferretero contempló por un momento la muñeca fragmentada, se rascó la barbilla pensativo y levantó la mirada hacia Horacio.

- ¿Y para usted?
- Bueno, para mí también, prácticamente es todo lo que nos queda de ella.
- Lo entiendo... Por favor dígame como exactamente lo hicieron...
- Bueno, primero la armó mi cuñada pero no se mantuvo, luego la ayudó mi hija, entre las dos volvieron a armarla pero antes de que terminaran ya empezó a desarmarse de vuelta. Así que después lo hice yo solo, me pasé casi toda la anoche, logré terminarla y ya le dije, hasta le di otra mano de engrudo pero al despertarme esta mañana la encontré así.

Mientras Horacio le contaba el ferretero preparaba su pipa lentamente y al terminar le apuntó con la boquilla de la pipa.

- ¿Ve? Es lo que le digo... el problema está en el proceso...
- ¿Pero qué proceso? ¡Le digo que la había terminado, apenas se notaban las rajaduras!
¡¿No me va a decir que hay forma de armarla al revés?!

Mientras Horacio se impacientaba el ferretero muy tranquilo encendió su pipa como dando pequeños sorbos mientras giraba con parsimonia la llama para que el tabaco prenda parejo y tras una profunda pitada le respondió.

- Tenga paciencia mi amigo, tal vez no me estoy explicando bien. Por lo que me cuenta esta muñeca que ahora no nos dice mucho es en cierto modo, una parte importante en su vida.
¿No es cierto? En la suya, la de su hija y probablemente también en la de su cuñada, después de todo, los tres vuelcan en esta muñequita parte del amor que sienten por su difunta esposa, que en paz descanse.
- Si, ¿puede ser pero eso que tiene que ver? ¡Es una muñeca! Por favor, ¡no me venga con cosas raras!
- Correcto, es una muñeca, pero también, si me lo permite, es un vínculo. Un vínculo muy importante entre usted, su hija, su cuñada y en cierta forma su amada esposa.

Horacio miraba al viejo ferretero y no sabía si golpearlo, marcharse, hacer ambas cosas o seguir escuchándolo tratando de entender lo que quería decirle. El ferretero le transmitía tanta calma que Horacio hubiese sido incapaz de reaccionar, tras hurguetear de vuelta sus bolsillos y solo encontrar las llaves y algunas monedas decidió escuchar lo que el hombre tenía que decirle.

- Está bien, en cierta forma tiene razón, podría decirse que si pero ¿por qué no podemos arreglarla? ¿Qué tiene que ver eso con el engrudo?
- Estimado amigo, nada tiene que ver el engrudo. Ya le dije que está bien. El problema está en el vínculo.
- Pero… ¿cómo, no estaba en el proceso? Sea claro ¿o me quiere volver loco?
- Correcto, está en el proceso para reparar el vínculo. ¿Ve como solo lo va entendiendo?
- Honestamente, no le entiendo nada...
- Veamos, Ud. entiende lo que es un vínculo ¿verdad? Podemos decir que lo entiende y reconoce que lo tiene.

Horacio se estaba impacientando, sus manos iban y venían de los bolsillos al mostrador y viceversa…

- eh... bueno, si, estee... un vínculo, si un parentesco...
- Si, ¡pero un vínculo afectivo va mucho más allá que eso mi amigo! Usted y yo tenemos un vínculo como cliente y ferretero pero difícilmente pueda compararse...
- ya, si, lo entiendo...
- Un vínculo afectivo es eso que usted sentía por su señora y seguramente en cierta forma hoy siente por su hija, ese amor especial por ellas, esa amistad con su cuñada y lo que ellas sienten por usted. Un vínculo es la comprensión, el cariño y el respeto mutuos, es la alegría de tenerse cerca, de contar con el otro, ¿me explico?
- Si si, ya le dije, lo que no entiendo es que tiene que ver con la muñeca...

El ferretero un poco sorprendido soltó una bocanada de humo espeso y continuó…

- ¡Pero si está clarísimo! Solo tiene que hacer las cuentas....
- ¿Pero de qué cuentas me habla?
- Es sencillo, verá, cuando un vínculo se rompe, se rompe. Como esta muñeca. Y por más que uno ponga todo su empeño en repararlo si los demás que forman el vínculo no lo ayudan, lo hacen por su cuenta o simplemente no les interesa repararlo, el vínculo seguirá roto. En otras palabras, tienen que hacerlo juntos. Por eso el problema no es el engrudo...
- Bueno, bueno ¿Pero que tengo... Tenemos que hacer?
- Veo que va comprendiendo... vuelva a casa, reúnase con su hija y su cuñada, lave la muñeca para quitarle todo este engrudo seco que ya no sirve y así poder comenzar de nuevo, colóquenla sobre la mesa, repártanse unos trozos cada uno y comiencen a armarla poco a poco, un pedacito cada uno. Y mientras tanto conversen, recuerden a su señora, limen las asperezas y piensen en todo lo bueno que comparten juntos. Cuando no les queden pedazos en las manos, la muñeca estará compuesta y seguramente el vínculo
también.

Horacio no supo que decir, sus bolsillos tampoco. Le dió las gracias, un apretón de manos y partió con la muñeca de regreso a casa. El ferretero unió la tuerca con el tornillo y guardó el conjunto en un cajón. Tomó otra tuerca del frasco y nuevamente comenzó a revolver el tarro de los tornillos y probar uno tras otro hasta encontrar el que coincida.